The Karate Kid debutó en junio de 1984. La cinta de Columbia fue producida con apenas 8 millones de dólares, pero llegaría a recaudar más de 90 millones y a convertirse así en ese extraño underdog que triunfa en la taquilla y triunfa con la crítica.
Es en todo derecho un clásico moderno, logró una nominación al Oscar para Pat Morita y dio origen a una exitosa trilogía –trilogía, dije- y, mucho más recientemente, a una serie de televisión.
La serie se llama Cobra Kai, Netflix la acaba de agregar a su catálogo. Si usted no la ha visto, vengo a decirle que quiere verla. De nada.

El proyecto nace en 2018, cuando YouTube lanza su plataforma de contenido original en la que la serie era, de lejos, lo mejor.
La primera temporada cuenta con diez episodios y si bien en ella actúa Ralph Macchio, aka Daniel LaRusso, el protagonista indiscutible y el corazón de esta serie es nada menos que Johnny Lawrence, el bully de la primera, a quien LaRusso derrotó famosamente en la pelea final de la primera película y a quien interpreta de un modo entrañable William Zabka.
En Cobra Kai, Lawrence es un hombre de edad media que nunca volvió a gozar en su vida de la popularidad y el éxito que tenía en la secundaria. LaRusso, en cambio es dueño de un exitoso negocio de venta de autos. Pero ni el uno ni el otro han logrado dejar atrás la rivalidad que tuvieron alguna vez y que desembocó en el torneo de karate.
Esa rivalidad está llamada a involucrar a sus descendientes y a ser la semilla del arco de esta serie.
YouTube Originals no fue lo que se dice exitosa, pero Cobra Kai sí.
No solo fue aprobada para una segunda temporada sino que hay planes en marcha para una tercera.
Y ahora que las dos primeras temporadas entraron a Netflix, en donde se convirtieron en un éxito instantáneo, mucha más gente se apresta a descubrir por qué.
Lo primero es la historia: En lugar de replicar el arco mentor/aprendiz con el personaje de Daniel Larusso, la serie elige el camino diametralmente opuesto.
Aquí es Johnny, que no podría estar más lejos de la nobleza y el honor de Miyagi, quien se descubre ayudando a un chico del vecindario, llamado Miguel, mientras intenta resucitar a Cobra Kai y, en lo posible, limpiar su legado tras su expulsión del circuito de karate de All-Valley por la conducta de su sensei original, John Kreese.
Lawrence es un tipo resentido, golpeado repetidamente por la vida, pero sobre todo por sus propias decisiones. Pero sobre todo, es alguien que ve en Daniel Larusso la personificación de todo lo que fue suyo y luego perdió: su novia del colegio, su triunfo en el karate, su respeto propio.
Daniel, por su parte, es mucho más exitoso, pero no por ello menos anclado en las rencillas del pasado. Luego de perder la presencia iluminadora que era Miyagi, a menudo se encuentra olvidando sus enseñanzas y anhelando tener de nuevo la voz de su sensei.
Eso es quizás lo más notable de esta continuación, el no casarse con una rutina de buenos y malos. Lawrence es un borracho y tiene problemas de ira, pero no quiere decir que carezca de honor. Sus valores, aunque en apariencia muy lejanos a los de Larusso, existen.
LaRusso, por su parte, es mucho más civilizado y familiar, pero disfruta de un privilegio que usa para su ventaja y sin duda no puede dejar atrás el rencor.

Aquí ambos actores reviven esa rivalidad de hace tres décadas y corren con ella. Lo peor es que en cada nuevo enfrentamiento nos revelan cuán parecidos son Lawrence y LaRusso y cuán fácil sería, en otras circunstancias, que fueran amigos.
Eso basta para sostener una primera temporada que se binguera -se maratonea- con facilidad. La segunda eleva las apuestas.
Jhonny cree que Cobra Kai puede ir en una dirección más ética, más honorable, para compensar las enseñanzas brutales de Kreese. Daniel, en tanto, se enfrenta al duro descubrimiento de que no es un maestro natural como sí lo fue su mentor. Su nueva causa es resucitar sus enseñanzas al poner en marcha el dojo Miyagi-Do y, obviamente, enfrentar a Cobra Kai.
Todo esto es, en realidad, secundario, Cobra Kai es, primero y al final, la historia de Johnny. Un personaje falible, fallido, repleto de defectos pero nunca inherentemente malo.
En manos de Zabka, surge un personaje que nos hace reevaluar lo que creíamos saber de él, de su historia y de su moralidad. Es un personaje tridimensional, creíble y entrañable, precisamente por sus defectos, y como si fuera poco, es deliciosamente ochentero.
En este año tan raro, tan lleno de incertidumbre, de miedo, de dolor, esta es una serie valiosa, que como su protagonista es imperfecta, pero tiene corazón.
Hay una razón por la que Cobra Kai está conquistando -dos años tarde- nuevas multitudes. Como a Jhonny, vale la pena darle una oportunidad.
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