El terror, que no terminaría por otros veintiocho años – si es que acaso terminó alguna vez – comenzó, hasta donde sé o puedo decirlo, con un barco hecho con la hoja de un diario flotando por una calle inundada de lluvia.
Así comienza IT, la novela de Stephen King, con lo que perfectamente podría ser el mejor primer párrafo de cualquiera de sus muchas obras. Vamos a hablar de este personaje y de cómo se inscribe en una famosa, si bien no siempre apreciada, familia de payasos asesinos.
Primero, algunos datos. Cuando fue publicada, en septiembre de 1986, había más de veinte obras de King en el mercado, de las que 17 eran novelas. IT es el vigésimo segundo libro y la decimoctava novela de King, si bien solo es la decimotercera firmada con su nombre.
La novela sigue las vivencias de siete niños del pueblo de Derry, Maine. Ellos – Bill, Beverly, Ben, Richie, Eddie, Mike y Stan – conforman el club de los ‘Perdedores’, y comparten el acoso de una entidad sobrenatural a la que llegan a llamar simplemente ‘Eso’.
Se trata de un monstruo cambiaformas que se alimenta del miedo de los niños. A menudo asume la figura de una momia o un hombre lobo, si bien su apariencia más habitual es la de un payaso llamado Pennywise.
Welcome to Derry
Pero así como los Perdedores, la novela convierte a Derry en uno de sus protagonistas y a lo largo de sus más de 900 páginas, King relata aspectos de la existencia del pueblo, años, décadas e incluso siglos antes de que los niños se cruzaran con Pennywise.
En una decisión que solo puedo describir como magistral, King parte la lucha contra Eso en dos momentos, que ocurren respectivamente entre 1957 y 1958 y entre 1984 y 1985.
Los Perdedores vencieron a Pennywise cuando eran niños, pero no lo mataron. Cuando el monstruo regresa, los encuentra convertidos en adultos, sin acceso a la magia y la inocencia infantil que fueron sus armas en el pasado.
Como además no recuerdan de qué manera lo derrotaron, el descubren lo que pasó en los 50 a medida que construye las bases de un nuevo y definitivo enfrentamiento en los 80.
La película que dirigió Andy Muschietti no tiene ese lujo y se ve obligada a dividir en sus dos partes los relatos de la batalla de los niños y de la de los adultos.
No es un sacrificio menor y la segunda película paga el precio, en particular por su insistencia en incorporar numerosos flash-backs que permitan dar tiempo en pantalla al carismático elenco infantil de la primera parte.
Pero por mucho que se empeñe el payaso malvado en asustarlos, sabemos que nada va a ocurrirles porque estamos siguiendo sus historias cuando retornan a Derry, veintiocho años después.
Por añadidura, la estructura de todas las escenas es demoniacamente similar. El resultado es una cinta de alrededor de tres horas en las que el payaso titular no logra conjurar el grado de miedo que provocaba en la cinta de 2017.

Pero eso no quiere decir que no haya miedos, o incluso terrores. Lo que sucede es que no son ya miedos infantiles, sino miedos de la edad adulta.
El personaje de Bill, por ejemplo, es un exitoso escritor, pero lleva consigo la culpa de haber fabricado la situación que llevó a la muerte a su hermano pequeño, Georgie.
Beverly es una reconocida diseñadora, pero el haberse casado con un abusador le hace temer estar atrapada en un ciclo de maltrato que inició con su también abusivo padre.
Es una lástima que el director no haya hecho una más juiciosa exploración de estos temas, por andar metiendo el susto obligado cada cierto tiempo.
Y sin embargo, aunque decididamente inferior a la primera parte, la segunda entrega de IT logra funcionar gracias al brillante trabajo de su elenco, que retoma los roles de sus contrapartes infantiles de manera tan natural que pocos pondrían en duda que en realidad se trata de las mismas personas.
Especial mención se merecen Jay Ryan como Ben, Isaiah Mustafa como Mike y Jessica Chastain como Beverly. Pero si alguien se roba el show es Bill Hader, en su rol de Richie.
Parece injusto no incluir en la lista de destacados al propio Pennywise, interpretado por Bill Skarsgard, pero lo cierto es que guion y director le dan notablemente poco espacio para estirar las piernas, ocultando su en cualquier caso muy digno trabajo bajo capas y capas de CGI.
Para ser justos, mucho de lo que no funciona en esta conclusión se deriva de la naturaleza virtualmente inadaptable de la novela de King, que incluye referencias a una tortuga cósmica, a un ritual místico en el que héroe y monstruo se muerden mutuamente sus lenguas (lo juro por Dios) y todo esto sin mencionar una ya famosa – o mejor, infame – orgía preadolescente.
Es cierto. Just google it.
Pero hay decisiones que no es posible justificar, como dedicar media película a interludios que no pueden proveer más que sustos pasajeros o escribir un desenlace dulzón en el que el suicidio de un personaje es una valerosa jugada estratégica, clave para la victoria final.
¿Quién escribe estos finales? ¿Bill Denbrough?
Pero a pesar de sus falencias y desviaciones, la segunda película de IT es la excusa perfecta para hablar de payasos asesinos, y a eso nos dedicaremos, a continuación.
La sonrisa permanente
Un dato bastante conocido acerca de la novela de King es el rechazo que produce entre la comunidad de payasos de EE. UU.
No es difícil entender por qué, pues cuando salió el libro, y más tarde su popular adaptación televisiva de 1990, renace un sentir de pánico y desconfianza por quienes eligen disfrazarse y pintarse la cara para salir a buscar niños… para hacerlos reír, quiero decir.
El éxito de las dos partes de la cinta del nuevo siglo no ha de haber sido precisamente positivo en este aspecto.
Pero King no se inventó el concepto del payaso asesino, y ciertamente tampoco el del miedo a los payasos.
Este último se llama coulrofobia y, aunque es relativamente raro, es una condición documentada, si bien no reconocida aún por la Organización Mundial de la Salud.
Incluso quienes no reaccionan con pánico ante los payasos suelen reconocer que resultan inquietantes.
La máscara y el maquillaje pueden ser sonrientes y amables, pero igual hacen imposible ver el rostro real. Sin información confiable sobre la persona y sus intenciones, la sonrisa permanente puede con facilidad tornarse siniestra.⬆️

Porque incluso si no esconden una intención homicida, las sonrisas de maquillaje pueden poner un velo sobre realidades más bruscas y tristes que las pantomimas reservadas para los escenarios.
En un caso muy famoso, Joseph ‘Joey’ Grimaldi, considerado el padre del payaso moderno, era una celebridad en toda regla en la Gran Bretaña de inicios del siglo XIX.
Pero tras la pintura blanca y la sonrisa roja, Grimaldi llevaba una existencia trágica, en la que su esposa murió al dar a luz a su hijo y a este el alcohol lo llevó a la tumba antes de los 30 años.
Grimaldi aguantó hasta su muerte, a los 58 años, los estragos que décadas de saltos y acrobacias dejaron en su frágil cuerpo.
En cuanto al concepto de payaso asesino, King sin duda ayudó a popularizarlo.
Pero no es posible olvidar que en los 80, la década en la que se publicó IT, fue la década del juicio a John Wayne Gacy, que eventualmente recibió la inyección letal por un listado de 33 jóvenes a los que violó y mató en un spree de seis años. A 26 los sepultó en el sótano de su casa. A otros cuatro los arrojó a un río.

Lo llamativo de esta historia, que muchos no dudan en sugerir que fue la inspiración directa de IT – a pesar de que King no ha dicho nunca tal cosa – es que Gacy no atraía a sus víctimas disfrazado de payaso ni cometió sus crímenes disfrazado de payaso. Se disfrazaba de payaso, sí, casi con certeza durante los seis años que duró su racha de homicidios.
Pero la revelación de algunas fotos en los que luce una sonrisa pintada francamente perturbadora bastaron para consignar a la historia su apodo de El Payaso Asesino.
Payasos, pAYasos, payaSOS
Otras obras han tomado el concepto y corrido con él con distintos grados de éxito. Llama la atención Killer Clowns from Outer Space, una película de 1988 que dirigió Stephen Chiodo. Lo notable de esta propiedad es que los villanos del título no son, en rigor, payasos, sino extraterrestres con apariencia de payasos.
Pero antes de que alguien celebre -o critique- la conveniencia de este dato, tomemos un momento para preguntarnos por qué, entonces, los métodos homicidas de los mencionados extraterrestres incluyen capullos con la apariencia de algodón de azúcar, sabuesos hechos con globos y pistolas de palomitas de maíz.

Ya vamos llegando al final de este Abecediario, pero no es posible cerrarlo dejando de lado a Twisty, el perturbador payaso asesino de American Horror Story: Freak Show. Interpretado por John Carroll Lynch, y sin nombre hasta la temporada 7, se trata -este sí- de un payaso real que no puede seguir trabajando debido a las calumnias de otros integrantes del equipo del circo. Horriblemente desfigurado en un intento de suicidio, comienza a usar una prótesis sonriente que es difícil considerar una mejora.
Con tantos antecedentes, se diría inevitable que terminara por surgir un fenómeno como el de los ‘Creepy Clowns’. Tuvo un inquietante auge en Estados Unidos y en Reino Unido y consistía, básicamente, en una partrida de idiotas que se dedicaban a vestirse de payaso y a quedarse parados en las calles para asustar a la gente. No pasó mucho antes de que se produjeran ataques y la Policía terminó por considerarlos una broma peligrosa.
Eso nos trae de vuelta a IT. Eso nos trae de vuelta a Pennywise.
Leer IT es un desafío físico y mental. Físico, porque llevar de un lado a otro sus 945 páginas puede llegar a ser una carga. Mental, porque lo que hizo King fue construir un descenso a las profundidades del miedo, que como alcantarillas se extienden debajo de nuestros pensamientos conscientes. Allí, lo sabemos, habitan monstruos, y en alguno de sus rostros las sonrisas no se borran nunca.
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